OS MANUSCRITOS DO MAR MORTO
Fonte: REHA
Texto: Castelhano
Un día del la primavera del año 1947, el joven pastor
árabe de la tribu de los Ta´amireh, Mohamed-az-Dib, apacentaba su
rebaño de cabras por las últimas estribaciones de los montes de Judá,
junto a la orilla occidental del mar Muerto, entre las fuente sulfurosa
de Ain Fasja y el torrente, casi siempre seco, de Wadi Qumram.
Por esos lugares el terreno es de una extrema desolación, árido y rocoso, con diversas cuevas formadas por la erosión del agua en el suelo calizo. Únicamente en primavera se cubre con una leve capa de grama, que esquilman pronto los rebaños de cabras y camellos.
Al reparar Mohamed que se le había extraviado una res por aquellos barrancos, se puso a buscarla afanoso por entre las quebradas rocas, sin que lograra hallarla. Disgustado por la pérdida, el joven pastor tomó una piedra y la arrojó con fuerza por una de las varias oquedades que había en la pared rocosa del Wadi Qumram. Al caer la piedra en el interior de la cueva, en vez del esperado balido provocó un extraño ruido, como si se hubiera roto algo. Asustado y curioso, Mohamed requirió el auxilio de un hermano suyo y ambos se introdujeron, con sumas precauciones, por la estrecha abertura con el fin de explorar la cueva.
A la débil luz del interior vieron su suelo lleno de fragmentos de jarras de barro, y en el fondo de la oquedad había unas ocho vasijas con sus respectivas tapas. Convencidos de que se hallaban ante un tesoro, los dos pastores las destruyeron rápidamente a garrotazos comprobando, desengañados, que en vez de joyas o monedas de oro, no había más que unos mugrientos rollos de escritura sobre pergamino y papiro, envueltos en unas telas que parecían de algodón.
Tres eran en realidad los rollos que hallaron; uno grande y los otros dos de tamaño más pequeño. Decepcionados los arrojaron al suelo pisoteándolos con rabia... Más al pensar que aquello podría proporcionarles algún dinero, cogieron los rollos y los llevaron a un árabe cristiano que hacía de anticuario en Belén. Este hombre les dio algunas monedas y, creyendo reconocer en la letra de los rollos la escritura siríaca, llevó los manuscritos al arzobispo ortodoxo de San Marcos en Jerusalén, Mar Atanasios Samuel, el cual comprobó, asombrado, que los caracteres gráficos de los rollos no eran siríacos, sino hebraicos.
Entretanto, divulgada la noticia por el pastor Mohamed, otros beduinos escudriñaron las cuevas de Qumram y encontraron más rollos y diversos fragmentos.
La odisea empezaba, ahora, para estos extraños y antiguos documentos...
Los coleccionistas árabes y judíos adquirieron varias piezas, y el Metropolitano de San Marcos, Mar Atanasios, a cambio de un puñado de monedas, se hizo con un paquete formado por cuatro rollos, uno de los cuales medía siete metros de longitud y contenía escrito en hebreo, un texto completísimo del Libro de Isaías.
La noticia esparcióse rápidamente por el mundo, causando gran asombro y vivo interés. Los primeros manuscritos que proporcionó la cueva de Qumram fueron los textos siguientes: Un Isaías completo y otro fragmentario, o Comentario de Habacuc, y un a modo de "Midrás" o Comentario homilético a los primeros quince capítulos del Génesis, libro que en un principio se había tomado como un apócrifo sobre Lamec; una colección de unos veinticinco Himnos de acción de gracias, al modo de los salmos latréuticos; la llamada "Regla de la Comunidad" de Qumram y, por último, la Regla o Estatuto de guerra escatológica entre los hijos de la Luz y los de la Tiniebla.
En el verano de 1949, invitado por los americanos, el Metropolitano Mar Atanasio Samuel realizó un viaje a los Estados Unidos, llevando consigo sus valiosos rollos, que dejó para que lo estudiaran en el Instituto Orientalista de Chicago. Inmediatamente se levantó una verdadera tempestad de polémicas entre los diferentes científicos y especialistas, creándose una gran divergencia de opiniones respecto a la autenticidad y antigüedad de los documentos.
Con el fin de salir de dudas se consultó al especialista en atomística, profesor Williard F. Libby, del Instituto de Física Nuclear de Chicago, que acababa de realizar asombrosas determinaciones sobre la edad del mundo, con el llamado "Calendario atómico", inventado por él y basado en las pruebas del carbono 14. Al terminar su investigación, el profesor Libby afirmó:
-La tela que envuelve los rollos de pergamino es de lino, y éste era cosechado en tiempo de Jesucristo... Los documentos que por dicha tela han estado guardados han de ser, por tanto, de fecha anterior.
Mas tarde se comprobó que el texto del antiquísimo rollo de Isaías era igual al que contiene el Libro de los Profetas de la Biblia impreso en hebreo, griego, latín u otra lengua, y que contenía los sesenta y seis capítulos, coincidiendo textualmente con la redacción actual. Entonces el asombro llegó a su llegó a su colmo, porque aquellas diecisiete hojas de pergamino, cosidas una a otra con una longitud total de siete metros, debieron de formar indudablemente el Libro de los Profetas que por el ministro de la sinagoga de Nazaret le fue entregado a Jesús para su lectura y comentario...
Por eso escribió el profesor André Parrot, que "el movimiento de las manos de Jesús de Nazaret nos resulta sumamente familiar, pues en el dorso del pergamino puede verse aún las huellas dejadas en él por los dedos de los lectores".
De cuanto antecede puede afirmarse que los descubrimientos en los aledaños del mar Muerto, llevados a cabo durante años, fueron los acontecimientos más sensacionales en el campo de la Arqueología de Tierra Santa. Y no solamente han aparecido un gran número de manuscritos de libros bíblicos que superan en más de mil años de antigüedad a los más viejos hasta ahora conocidos, sino también todo un mundo de cerámicas, lucernas, monedas, etc, de los siglos II a.C. al siglo II d.C., que nos muestran, al vivo, la fisonomía espiritualista de los antiguos esenios.
Hoy, los manuscritos del mar Muerto se hallan repartidos entre los Museos de Israel y Rockefeller de Jerusalén, y el Museo de Antigüedades de Amman en Jordania. Y están disponibles para su consulta a través de internet.
Por esos lugares el terreno es de una extrema desolación, árido y rocoso, con diversas cuevas formadas por la erosión del agua en el suelo calizo. Únicamente en primavera se cubre con una leve capa de grama, que esquilman pronto los rebaños de cabras y camellos.
Al reparar Mohamed que se le había extraviado una res por aquellos barrancos, se puso a buscarla afanoso por entre las quebradas rocas, sin que lograra hallarla. Disgustado por la pérdida, el joven pastor tomó una piedra y la arrojó con fuerza por una de las varias oquedades que había en la pared rocosa del Wadi Qumram. Al caer la piedra en el interior de la cueva, en vez del esperado balido provocó un extraño ruido, como si se hubiera roto algo. Asustado y curioso, Mohamed requirió el auxilio de un hermano suyo y ambos se introdujeron, con sumas precauciones, por la estrecha abertura con el fin de explorar la cueva.
A la débil luz del interior vieron su suelo lleno de fragmentos de jarras de barro, y en el fondo de la oquedad había unas ocho vasijas con sus respectivas tapas. Convencidos de que se hallaban ante un tesoro, los dos pastores las destruyeron rápidamente a garrotazos comprobando, desengañados, que en vez de joyas o monedas de oro, no había más que unos mugrientos rollos de escritura sobre pergamino y papiro, envueltos en unas telas que parecían de algodón.
Tres eran en realidad los rollos que hallaron; uno grande y los otros dos de tamaño más pequeño. Decepcionados los arrojaron al suelo pisoteándolos con rabia... Más al pensar que aquello podría proporcionarles algún dinero, cogieron los rollos y los llevaron a un árabe cristiano que hacía de anticuario en Belén. Este hombre les dio algunas monedas y, creyendo reconocer en la letra de los rollos la escritura siríaca, llevó los manuscritos al arzobispo ortodoxo de San Marcos en Jerusalén, Mar Atanasios Samuel, el cual comprobó, asombrado, que los caracteres gráficos de los rollos no eran siríacos, sino hebraicos.
Entretanto, divulgada la noticia por el pastor Mohamed, otros beduinos escudriñaron las cuevas de Qumram y encontraron más rollos y diversos fragmentos.
La odisea empezaba, ahora, para estos extraños y antiguos documentos...
Los coleccionistas árabes y judíos adquirieron varias piezas, y el Metropolitano de San Marcos, Mar Atanasios, a cambio de un puñado de monedas, se hizo con un paquete formado por cuatro rollos, uno de los cuales medía siete metros de longitud y contenía escrito en hebreo, un texto completísimo del Libro de Isaías.
La noticia esparcióse rápidamente por el mundo, causando gran asombro y vivo interés. Los primeros manuscritos que proporcionó la cueva de Qumram fueron los textos siguientes: Un Isaías completo y otro fragmentario, o Comentario de Habacuc, y un a modo de "Midrás" o Comentario homilético a los primeros quince capítulos del Génesis, libro que en un principio se había tomado como un apócrifo sobre Lamec; una colección de unos veinticinco Himnos de acción de gracias, al modo de los salmos latréuticos; la llamada "Regla de la Comunidad" de Qumram y, por último, la Regla o Estatuto de guerra escatológica entre los hijos de la Luz y los de la Tiniebla.
En el verano de 1949, invitado por los americanos, el Metropolitano Mar Atanasio Samuel realizó un viaje a los Estados Unidos, llevando consigo sus valiosos rollos, que dejó para que lo estudiaran en el Instituto Orientalista de Chicago. Inmediatamente se levantó una verdadera tempestad de polémicas entre los diferentes científicos y especialistas, creándose una gran divergencia de opiniones respecto a la autenticidad y antigüedad de los documentos.
Con el fin de salir de dudas se consultó al especialista en atomística, profesor Williard F. Libby, del Instituto de Física Nuclear de Chicago, que acababa de realizar asombrosas determinaciones sobre la edad del mundo, con el llamado "Calendario atómico", inventado por él y basado en las pruebas del carbono 14. Al terminar su investigación, el profesor Libby afirmó:
-La tela que envuelve los rollos de pergamino es de lino, y éste era cosechado en tiempo de Jesucristo... Los documentos que por dicha tela han estado guardados han de ser, por tanto, de fecha anterior.
Mas tarde se comprobó que el texto del antiquísimo rollo de Isaías era igual al que contiene el Libro de los Profetas de la Biblia impreso en hebreo, griego, latín u otra lengua, y que contenía los sesenta y seis capítulos, coincidiendo textualmente con la redacción actual. Entonces el asombro llegó a su llegó a su colmo, porque aquellas diecisiete hojas de pergamino, cosidas una a otra con una longitud total de siete metros, debieron de formar indudablemente el Libro de los Profetas que por el ministro de la sinagoga de Nazaret le fue entregado a Jesús para su lectura y comentario...
Por eso escribió el profesor André Parrot, que "el movimiento de las manos de Jesús de Nazaret nos resulta sumamente familiar, pues en el dorso del pergamino puede verse aún las huellas dejadas en él por los dedos de los lectores".
De cuanto antecede puede afirmarse que los descubrimientos en los aledaños del mar Muerto, llevados a cabo durante años, fueron los acontecimientos más sensacionales en el campo de la Arqueología de Tierra Santa. Y no solamente han aparecido un gran número de manuscritos de libros bíblicos que superan en más de mil años de antigüedad a los más viejos hasta ahora conocidos, sino también todo un mundo de cerámicas, lucernas, monedas, etc, de los siglos II a.C. al siglo II d.C., que nos muestran, al vivo, la fisonomía espiritualista de los antiguos esenios.
Hoy, los manuscritos del mar Muerto se hallan repartidos entre los Museos de Israel y Rockefeller de Jerusalén, y el Museo de Antigüedades de Amman en Jordania. Y están disponibles para su consulta a través de internet.
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